Después de décadas de celebrar el cumpleaños de Marcelo con la misma liturgia, nos reinventamos y hacemos algo diferente. Y la decisión de cambiar tiene su recompensa. Un éxito de participación indiscutible, una creación colectiva que se sintetiza en un estribillo de cinco palabras: “somos una marea de gente”.
Bueno, para los que no pudisteis estar me explico un poco mejor. Durante años la secuencia de actividades de la tarde de “la chocolatada” no había cambiado. Primero los juegos infantiles (un griterío delirante en el “salón verde”). Luego la eucaristía, a la que los niños solían llegar algo alborotados después de los juegos. Y por fin, la merienda: chocolate y bollos a discreción. Siempre igual, como la infalible receta del chocolate, custodiada con celo por los esforzados miembros de la Junta del APA, asociación que, por cierto, es quien invita al refrigerio.
Pero este año no fue así. Primero la eucaristía, que resultó más tranquila que otras veces. Luego la grabación de “Lipdub”, un vídeo musical rodado en secuencia única en el que participaron todos los familiares que quisieron. Con ensayos y todo, para que quedase tan divertido como finalmente resultó. Después se sirvió el chocolate. Riquísimo como siempre. Y por último, todos al salón de actos a presenciar el estreno mundial del vídeo previamente grabado. La verdad es que lo pasamos bien en aquella tarde lluviosa que invitaba a haberse quedado en casa.
La elaboración del chocolate para tanta gente es un proceso intenso y emocionante. Son más de quinientas raciones, nada menos. ¡Y bollos para mojar! De acuerdo, los bollos no los hacemos nosotros. Los prepara un tal Martínez, que se da mucha maña para eso. Pero lo del chocolate es épico. Invito a los padres que quieran convertirse en druidas golosos por una tarde a que nos acompañen el año próximo. No se arrepentirán.
Y qué decir del servicio. Esmerado como pocos, pero sobre todo eficiente. Este año nos lo pusieron un poco más difícil porque el público irrumpió 45 minutos antes en el comedor, sin atender a las protestas de nuestro afónico presidente. Pero nada, ningún problema. Allí volaron las jarras humeantes, los vasos y los bizcochos de soletilla. Si es que son muchos años ya detrás de las barras de este comedor. ¡Y los que nos quedan!